Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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Legislatura: 1871-1872 (Cortes de 1871 a 1872)
Sesión: 10 de junio de 1871
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Respuesta al Sr. Sancho
Número y páginas del Diario de Sesiones 57, 1.541
Tema: Pregunta del Sr. Sancho sobre el orden público, sobre el tranvía y sobre un suceso en la Fuente Castellana

El Sr. Ministro de la GOBERNACIÓN (Sagasta): Es verdad que algunos periódicos hablan de los temores que puede haber de alteración del orden público. Dicen esto algunos periódicos, con la sana intención de hacer creer que aquí es fácil que se altere el orden público, y dícenlo otros, porque tienen noticia de ciertos manejos y de ciertos movimientos que hacen algunos carlistas impacientes, que no se contentan con lo que hacen aquí sus representantes. (Risas.) Hay una parte del partido carlista que no está conforme con que se apele a las vías legales para hacer triunfar un día sus ideas; creen que no son esos los medios a que deben apelar los carlistas; y creen además, que aunque lo fueran, no son medios eficaces, y me prueba eso más el que algunos individuos que pasan aquí por carlistas, se han sonreído cuando yo he dicho que hay carlistas que andan en esos manejos, que andan en esos movimientos de conspiración y de sublevación, lo cual me prueba la división que hay en ese partido; porque hay unos que se llaman gentes de acción, y otros que se dice no sé si gentes de acción o de otro modo, pero que no creen llegado el momento de echarse al campo. Es la verdad que esa parte del partido carlista se prepara, se mueve, que nombra jefes, que tiene comandantes generales en todas partes, que manda emisarios, etcétera, etc.; yo creo que al fin y al cabo no hará nada pero el Gobierno no puede responder de que no lo hagan. La impaciencia, la necesidad de justificar ciertas cosas, y en fin, otras razones que pueden tener algunos, pueden impulsarlos a hacer lo que no deben hacer en su interés propio; pero si lo hacen, el Gobierno está dispuesto a recibirlos como se merecen. De manera que el Sr. Sancho y los Sres. Diputados pueden estar tranquilos; creo que por hoy el orden público no ofrece cuidado; creo que si hay algo, y no respondo de que no haya, a pesar de los señores carlistas que se ríen, será inmediatamente reprimido, para lo cual el Gobierno tiene adoptadas todas sus medidas.

Respecto del suceso que ha tenido lugar en la cuestión del tranvía, poco puede decir el Gobierno. Ha sido un hecho particular sin consecuencia ninguna. Un hecho que no tiene importancia bajo el punto de vista del orden público; y respecto del suceso de la Fuente Castellana, este tiene menos importancia aún. Se trata de un francés que lleva algún tiempo en España, vago, que vive de limosna, que come donde puede, pero siempre bebe más que come, y que aparte de su carácter estrafalario, como es dado a la bebida, está la mayor parte de las veces en un estado excepcional. En ese estado se encontraba paseando por la Fuente Castellana, pues su oficio hoy por hoy es pasear. Vio venir a S. M. el Rey y dice que le dio alegría el verle, porque le había conocido de doce años de edad en Génova y eso lo impulsó a aproximarse a S. M. para darle los buenos días. El Rey le recibió, como recibe a todo el mundo, con afabilidad, y el hombre quedó muy satisfecho del recibimiento que le había hecho S. M. El Rey siguió su paseo, y a la vuelta, como el francés se había quedado tan satisfecho del primer recibimiento, quiso volver a saludar a S. M.; pero algunos agentes de orden público que se hallaban a la vista, observando aquel personaje, de no muy buen aspecto y que quería acercarse por segunda vez a S. M. el Rey, y no sabiendo las intenciones que llevaba; le echaron mano. Por lo descubierto hasta ahora se sabe que no llevaba aquel hombre mala intención; que iba un poco en estado excepcional, que saludó al Rey una vez y quiso volverle a saludar. Esto no tiene importancia ninguna; no se ha descubierto que tuviese intención ninguna hostil como han creído varias personas. Ha sido una extravagancia de un extranjero vago, que además de su extravagancia peculiar, tenía la circunstancia de estar un poco bebido.



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